Fideuá

Mi hermano desconoce lo saludable de dormir en sábanas sin arrugas, las teorías del imprescindible saneamiento regular de los urinarios y lo recorfontante de elegir con quien compartir los rincones, excluyendo de antemano a los inquilinos de más de dos patas, pero hace fideuá. Es incapaz de coger una escoba y barrer a la vez, pero hace fideuá. Una vez al trimestre , en un esfuerzo supremo, visita los establecimientos que le suministraran lo necesario para su hazaña, y con una dulce ignorancia, que adoro, deja un rastro inconfundible que, pese a lo esporádico de su presencia, le convierte en el rey entre verdurologos y vendepeces. Los preparativos, como casi en todo, son lo exquisito del plato preparado. Se entrega al caldo de pescado con una implicación de jefe de estado en conflicto nuclear y se ruboriza de placer cuando observa erectarse a los fideitos calientes. Mi hermano me odia, pero noto cierto intento de reconciliación cuando me pide mi opinión antes de exponer su obra al publico: "por lo menos mi paladar te resulta aprovechable," digo,"cuando logres sustituirlo, ya no me pedirás ni siquiera calcetines.". Después nos dedica el postre: "como he cocinado, hoy no friego los cacharros"…dulce impresentable...

 

Madrid, 1997